El otro lado de mi puerta
Esta entrada está escrita por el señor Renato González, un nuevo bloggero. Aunque es de Wordpress, me gusta que más personas escriban y contribuyan con sus ideas a internet. "El rincón que no conoces" es el nombre de su blog de mi gran compañero universitario, y de "Filonymous", y esta es la entrada que dedicó para Cosas Varyadas y la primera de su blog. Espero que les guste.
¿Alguna vez te has preguntado que hay dentro de ti? Obviando, evidentemente, los órganos, tejidos, músculos, huesos, etc.
Desde mi niñez lo hice. Encontré una barrera, como una puerta de acero gigante, rodeada de cadenas y avisos que decían “Aléjese” y “Peligro”. Durante algunos momentos intentaba, sin mucho esfuerzo, abrir esa puerta. Lo empecé a ver como un juego. Nunca pude abrirla en toda mi niñez. Sin embargo, había algo que me llamaba, unas voces. Sabían que podía abrir la gran puerta pero no era el momento. “No estaba listo”.
A medida que iba creciendo y consumiendo todos los dibujos animados que podía, realicé una tarea sin querer: absorbía, aprendía y discutía lo que veía en esos dibujos animados. Cabe decir que de pequeño odiaba leer, mi única filosofía fue la de los héroes que veía a través de la caja mágica. Aunque quizá esto haya sido nada más que una simple acción de un niño que le gustaba demasiado ver televisión, la puerta se oxidaba. La miré un día, las cadenas estaban cayéndose, los avisos estaban en el piso y la puerta me esperaba.
Logré quitar las cadenas, me tomó casi un año de maduración y compresión de la vida. Moví los avisos, luego entendí porque querían ahuyentarme: la simple idea de comprenderse en su totalidad a uno mismo asusta, incluso a uno mismo. Sin embargo, lo que estaba detrás de la puerta no era la comprensión de la persona que conocía como Renato. Aún no.
La puerta se cayó a pedazos. La sorpresa fue que había otra puerta. Esta también era de metal pero sólo estaba cerrada con un candado brillante. Se necesitaba una llave que no sabía donde encontrarla.
Se terminó la primaria, todo lo que aprendí en esos años me permitió abrir la primera puerta. Todo lo que aprendí hasta ese momento me permitió conocer más. ¿Se supone que al finalizar la secundaria ya habría obtenido la llave para abrir esa puerta? Pues no. En la repetición de tercero de secundaria me volví más listo, no espere una llave, rompí el candado.
Una habitación oscura me esperaba. Al entrar en ese espacio, la puerta desapareció. Me veía solo en la oscuridad, caminando inmerso en ella. Sin embargo, no estaba solo. Las voces estaban ahí, sentía sus pasos, la respiración de ellos. A veces sentía que se acercaban y otra veces, que se alejaban. Estuve un año con aquella intriga. ¿Quiénes son mis acompañantes?
Un año tuvo que pasar para ver la luz de nuevo. No la encontré. Siempre estuvo en mis manos. Con la luz sentí que mis acompañantes desaparecieron. Sin embargo, esta vez había alguien nuevo. Siempre estaba detrás mío. Él era la auténtica luz. Alumbraba las partes que yo no podía iluminar con mis manos. En medio de la oscuridad, encontré una puerta. No tenía cadenas, avisos o candados que me impidieran abrirla. Solo esta ahí, lista para ser abierta. La luz me animó a entrar, me dijo que lo que había del otro lado él ya lo había visto. Así que crucé la puerta.
Dicen que los que nos hace “nosotros” son las distintas características que cargamos, las cosas que heredamos de nuestros padres o el fruto de experiencias vividas y lecciones aprendidas. Yo encontré el origen de todo esto.
Lo que estaba del otro lado eran bestias imponentes, grandes y magníficas. “Nosotros somos tú”.
Con la luz de testigo, me senté con ellos a conversar.
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